martes, 19 de agosto de 2008

Primera parada: el oasis de Khiva.



Todos los regresos se hacen duros, especialmente cuando los ojos se han llenado de maravillas tales como las vistas en Uzbekistan. Y es que pocos sitios te dejan esa extraña sensación de pérdida ante lo único y una idea constante de que en algún momento de nuestro camino hay que regresar para volver a contemplar la tierra de Timur.


Nuestro vuelo Moscú- Urgench salió con puntualidad. Al aterrizar en el pequeño aeropuerto nos dimos cuenta que nuestra pequeña aventura había comenzado: eramos los únicos turistas de todo el pasaje. Al pasar por la pequeña sala de aduana, los policiás nos fueron quitando el pasaporte a todos sin excepción. No entendiamos nada ante una marabunta de uzbekos que venían cargados de Moscú con enormes televisiones de pantalla plana, equipos de música, máquinas de coser, etc. Por supuesto, el papel de emigración solo venía en uzbeko. Nuestra cara mezcla de asombro y risa hizo que una chica rusa con un más que precario ingles se ofreciera a rellenarnos los papeles: que cuanto dinero traéis, que cuantos móviles tenéis, que cuantas cámaras de fotos, que cuanto oro... ¿oro? si, si, oro. Yo le enseñe las orejas y le dije que apuntara que no llevaba nada más...
La policiá iba apuntanto uno por uno los nombres de los pasajeros y sus pasaportes en una lista confecionada a mano, y cuando ese tramite estaba hecho, gritaba el nombre de la persona en cuestión para que se pasara a retirar el pasaporte. Era como estar en el mercado solo que lo que se subastaban eran pasaportes... a este aeropuerto no ha llegado el sistema informático. A nosotros fue fácil localizarnos: España!! gritaba el policía entre cara de asombro y con una sonrisa. Nos dio los pasaportes sin ningún problema (habíamos leído tantas cosas acerca de las aduanas que nos sorprendió la facilidad).
Nuestra primera parada fue para Xiva (Khiva). Este pequeño oasis situado al norte de Uzbekistan constituía una parada obligatoria a las caravanas de la ruta de la seda que se dirigian hacia Irán. Adentrarse en Itchan Kala (los intramuros de la ciudad antigua) es transportarse a otra época, a otro mundo. Madrasas, palacios, minaretes, mausoleos se entremezclan entre las estrechas y laberínticas callejuelas de la ciudad. Es todo tan sumamente preciosista que hasta parece irreal.
En puestos callajeros de regalos se arremolinaban tanto turistas como locales. Lo cierto es que no hay mucho turista por la ciudad, quizas por la lejanía del lugar. Los vendedores me parecieron simpáticos y mucho menos insistentes de lo esperado en una cultura de bazares y del regateo. A la postre resulto ser un lugar ideal para comprar los recuerdos del viaje y los regalos familiares: mucho más barato que en el resto del país.
Durante nuestro paséo por la parte menos turistica de la ciudad y donde viven los locales, todos los críos y los menos críos nos van saludando con un "hello". Una muchacha que tiene ganas de practicar un poco el ingles se para a hablar con nosotros. Al cabo de unos minutos nos invita a pasar a su casa e invitarnos a un té con pastas. Es estudiante de idiomas y tiene ilusión por convertirse en guia turístico. Pasamos un rato muy agradable hablando de los usos y costumbres de nuestros respectivos países.
El atardecer en la ciudad es mágico cuando los últimos rayos del sol del desierto se posan sobre los minateres azules. Nos sentamos en una terraza para contemplar la paz del lugar con una cerveza Sarbast entre las manos. Qué buena está la cerveza Uzbeka, nunca lo hubiera imaginado!!!

Hora de retirarse. El día ha sido largo y el cansacio aprieta. Mañana seguiremos investigando la ciudad ahora dormida.



2 comentarios:

Nur dijo...

¡ Que maravilla, y como me gustaría poder ir ! No dejes de contarnos más y poner más fotos por favor
Un beso

Lili dijo...

Dios mío que envídia. !!!Yo sí que viajo poco!!!

Qué miga tiene siempre tu blog jaja

Un saludo